, Arturo Perez Reverte Las Aventuras Del Capitan Alatriste 5 Libros 

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.Así que aquellanoche me vi caminando con la fila de españoles por la orilla derecha del Merck, donde la niebla era másespesa.En la brumosa oscuridad sólo se oía el ruido amortiguado de los pasos  calzábamos esparteñas obotas envueltas en trapos, y había pena de vida para quien hablara en voz alta, encendiese una cuerda ollevase cebados la pistola o el arcabuz y las camisas blancas se movían como sudarios de fantasmas.Hacíatiempo que habíame visto forzado a vender mi hermoso estoque de Solinguen, pues los mochileros nopodíamos llevar espada, y caminaba con sólo mi daga bien ceñida a la cintura; pero no iba, pardiez, falto deimpedimenta: portaba a hombros una mochila con cargas de pólvora y azufre envueltas en petardos,guirnaldas de alquitrán para los incendios, y dos hachas bien afiladas para romper cabos y maderas de lasesclusas.También temblaba de frío pese al jubón de paño basto que me había puesto bajo la camisa, que sólo parecíablanca de noche y tenía más agujeros que una flauta.La niebla creaba un espacio irreal alrededor,mojándome el pelo y goteando por mi cara como si fuera lluvia fina o chirimiri de mi tierra, tornándolo todoresbaladizo y haciéndome andar con mucho tiento, pues un resbalón en la hierba húmeda significaba irmeVOL.III: EL SOL DE BREDA206 LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN ALATRISTEabajo, al agua fría del Merck, lastrado con sesenta libras de peso en el lomo.Por lo demás, la noche y el airebrumoso me permitían ver menos de lo que vería un lenguado frito: dos o tres difusas manchas blancasdelante de mí y dos o tres semejantes detrás.La más próxima, a cuya zaga hacía yo diligente camino, era elcapitán Alatriste.Su escuadra iba en vanguardia, precedida sólo por el capitán Bragado y dos guías valonesdel tercio de Soest, o de lo que quedaba de él, cuya misión, aparte guiarnos por ser gente plática en aquelparaje, consistía en engañar a los centinelas holandeses, acercándose lo bastante para degollarlos sin quediese tiempo a tocar al arma.Habíase elegido a ese efecto un camino que entraba en terreno enemigo trasdiscurrir entre grandes pantanos y turberas, con pasos muy estrechos que a menudo consistían en diques porlos que sólo podían ir los hombres en hilada de uno.Cambiamos de margen del río, cruzando una empalizada de pontones que nos llevó al dique que separaba laorilla izquierda de los pantanos.La mancha blanca del capitán Alatriste caminaba silenciosa, como decostumbre.Lo había visto equiparse despacio a la puesta de sol: coleto de búfalo bajo la camisa, y sobre ellala pretina con espada, daga y la pistola que le había devuelto el sotalférez Minaya, cuya cazoleta cubrió desebo para protegerla del agua.También ajustóse al cinto un frasquito de pólvora y una bolsa con diez balas,pedernal de repuesto, yesca y eslabón, por lo que pudiera precisar.Antes de guardar la pólvora comprobó sucolor, ni muy negra ni muy parda, su grano, que era fino y duro, y se llevó un poco a la lengua paracomprobar el salitre.Después le pidió a Copons la piedra de esmeril, y pasó un rato largo adecuando los dosfilos de su daga.El grupo de vanguardia, que era el suyo, iba sin arcabuces ni mosquetes, pues ellos debíandar el primer asalto al arma blanca y asegurar a sus camaradas; y para semejante tarea convenía andar ligerosy mover las manos sin embarazo.El furriel de nuestra bandera había pedido mochileros jóvenes y dispuestos,y mi amigo Jaime Correas y yo nos presentamos voluntarios, recordándole que nos habíamos dado ya buenamaña en el golpe de mano contra el rastrillo de Oudkerk.Cuando me vio cerca, con mi camisa por fuera,ceñida la daga de misericordia y listo para salir, el capitán Alatriste no dijo que le pareciera bien o que lepareciera mal.Se limitó a asentir con la cabeza, señalándome con un gesto una de las mochilas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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